miércoles, 1 de mayo de 2013

Visitando Pittsburgh

Estoy en el avión de vuelta a Montevideo intentando poner en palabras todo lo que viví estas últimas dos semanas en Pittsburgh. Tuve la suerte de poder ir a visitar a mis amigos e ir a su graduación, de volver a una de mis dos ciudades en el mundo, de vivir de nuevo en mi casa en Melwood (la calle donde queda la casa en la que viví durante el intercambio) con mis amigas, de visitar la Universidad de Pittsburgh que tanto me marcó, de volver a todos los lugares a los que fui durante los cuatro meses que viví en Pittsburgh y de tener por dos semanas la misma rutina que tuve cuando vivía ahí.

La verdad es que cuando me fui de Pittsburgh en diciembre del año pasado lo único que quería era volver a visitar a mis amigos: como puse en la última entrada, fue muy difícil despedirme e irme pensando que capaz no los iba a volver a ver. Cuando nos fuimos, Maca y yo ya sabíamos que la mayoría de nuestros amigos se recibía ahora en abril y nos moríamos por ir a su graduación, y gracias a Dios lo pudimos hacer.

Sabíamos que el momento para volver era este porque en general en Estados Unidos una vez que la gente se recibe se muda: se va a trabajar a otra ciudad, se vuelve a su ciudad natal donde está su familia o se va a estudiar un posgrado a otra universidad. Por eso muchas veces cuando la gente se va de intercambio se muere por volver, pero después pasa el tiempo, los amigos y las personas con las que uno se llevaba se reciben y se van, y la realidad es que ya no hay tanto a qué volver. Obviamente es divino volver a ver la ciudad y la universidad, pero el vínculo más importante que se genera en un intercambio (por lo menos en mi caso) es con la gente con la que se comparte esa experiencia.

Al principio pensaba que volver a los cuatro meses era muy rápido, que habría sido mejor si hubiera pasado más tiempo entre nuestra ida y la graduación. Pero ahora que lo viví sé que fue el momento perfecto para volver. Para nosotras fue volver exactamente a la vida que teníamos (excepto por las clases), al grado que sentí que nunca me había ido. Estaba casi toda la gente que conocí (salvo mis amigos internacionales), volví a la misma casa en la que viví, y estaba (casi) todo como cuando me fui (hasta seguían nuestros nombres en el buzón de la casa). Y reencontrarme con mis amigos fue lo máximo, de verdad sentí que estuve ahí todo este tiempo.

Además volvimos en primavera, que era la única estación que no habíamos visto. Hago mucho hincapié en el tema de las estaciones porque en una ciudad como Pittsburgh (como en tantas otras de EE. UU.) las estaciones son radicalmente distintas: desde el calor del verano, los colores espectaculares de las hojas de los árboles en otoño (la estación de las calabazas, de Halloween y de Thanksgiving), la nieve y el frío a veces insoportable del invierno, hasta la primavera, cuando se va la nieve y empieza a florecer todo, y arrancan los días lindos. En Pittsburgh es genial porque, después de pasar de un frío de temperaturas bajo cero, cuando empieza la primavera ves a todo el mundo de short y remera (aunque haya menos de 15 grados) y apenas hay un poco de sol la gente se tira en el pasto, hace cookouts (su versión del asado, pero con hamburguesas y panchos) y juega a algún deporte al aire libre.

Otra razón por la cual este fue el momento ideal para volver es que "cerramos el ciclo¨ de estar a principio y a fin de año: estuvimos en el primer día de clase como alumnas (con el campus lleno de carteles de bienvenida, las jornadas de orientación, los reencuentros de la gente, etc.) y el último, con todos los preparativos para la graduación, los exámenes finales, las despedidas, la gente haciendo las valijas y mudándose de sus casas... Esto también me hizo sentir como si nunca me hubiera ido y, es más, me sentí como si hubiera estado ahí el año entero. Además, por haber estado en Pittsburgh en este momento pude ver tanto lo que es empezar la facultad, con todos los miedos e inseguridades de los freshmen que se van de sus casas y empiezan de cero en una universidad en la que en general no conocen a nadie (que fue lo que presencié y viví al principio del intercambio, con todas las jornadas de orientación y bienvenida para los alumnos nuevos), como lo que significa para los seniors recibirse y terminar esta etapa de sus vidas, despedirse de sus amigos, guardar todas sus cosas y dejar su casa, su universidad y su ciudad. Estar en Pitt ahora me permitió ver un pantallazo de lo que es la experiencia universitaria americana desde el primer día hasta el último, con todos los sentimientos encontrados de cada una de las etapas.

Sabía desde un principio lo importante que iba a ser este viaje para mí, pero como siempre superó todas mis expectativas.









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